La Gran Alianza que había derrotado al Eje en una cruenta guerra de casi seis años se rompió en el corto plazo de unos meses. El desencuentro entre soviéticos y occidentales había aflorado ya en las últimas fases de la guerra. El fin del conflicto abrió el proceso hacia la ruptura definitiva. El año 1946 fue escenario de una creciente desconfianza entre los vencedores. Por un lado, el fin de la guerra mundial había desencadenado en Grecia y China, sendas guerras civiles donde se enfrentaban pro-comunistas y pro-occidentales; por otro, la creciente tensión entre soviéticos y norteamericanos se reflejaba en las comunicaciones diplomáticas: ambas potencias se acusaban mutuamente de pretender dominar el mundo. Churchill, que había perdido las elecciones británicas en 1945, se sintió con libertad para proclamar lo que cada vez era más evidente. En un célebre discurso en Fulton, EEUU, denunció que un “telón de acero” estaba separando la Europa bajo control soviético del resto del continente. Mientras tanto, la tensión entre las autoridades de ocupación occidentales y soviéticas en Alemania era cada día más palpable. 1947 se inició con una flagrante violación de los acuerdos de Yalta en lo referido a Polonia. En enero, los candidatos comunistas vencieron en unas elecciones claramente adulteradas por las autoridades de ocupación. El evidente afán soviético de extender el sistema comunista en Europa desencadenó la reacción norteamericana. Esta se articuló en el terreno político y en el económico.
El mundo se divide en bloques, 1945-1955
En febrero de 1947 una alarmante nota del gobierno británico llegó a Washington. En ella se informaba que Londres era incapaz de continuar apoyando al gobierno conservador de Atenas en su lucha contra las guerrillas comunistas griegas. La nota también indicaba que Gran Bretaña era incapaz de seguir ayudando financieramente a Turquía. La administración norteamericana reaccionó rápidamente. En un discurso pronunciado el 12 de marzo ante el Congreso, el presidente Truman demandó la aprobación de una ayuda de 400 millones de dólares para Grecia y Turquía. En este discurso, el presidente enunció lo que se vino a denominar la Doctrina Truman: EEUU anunciaba su intención de ayudar a cualquier gobierno que hiciera frente a la amenaza comunista. Truman proclamaba la voluntad de su país de aplicar una política de “contención del comunismo”. La segunda medida adoptada en Washington trataba de responder al peligro que suponía que la población europea, empobrecida y hambrienta, abrazara las ideas revolucionarias. Para contener al comunismo era necesario crear condiciones económicas que impidieran su expansión. El 5 de junio de 1947, el secretario de estado norteamericano, George Marshall, anunció el Programa de Recuperación Europeo, European Recovery Program, conocido popularmente como el Plan Marshall. Se trataba de un masivo programa de ayuda económica a Europa. Aunque el plan servía claramente a los intereses diplomáticos y geoestratégicos de EEUU, las empresas y productos norteamericanos inundaron el continente, supuso una extraordinaria inyección de ayuda económica que favoreció la acelerada recuperación de Europa occidental.
La negativa de Stalin a que los países de su órbita aceptaran la ayuda hizo que Plan Marshall dividiera a Europa en dos. La Europa occidental que en pocos años inició un rápido crecimiento económico, y Europa oriental, sometida a la URSS y con grandes dificultades de desarrollo. La excepción a esta regla fue la España de Franco, a la que Washington negó su ayuda por el carácter fascista de su régimen político y su colaboración con las potencias del Eje. La URSS reaccionó, en septiembre de 1947, creando la Kominform, Oficina de Información de los Partidos Comunistas y Obreros, para coordinar y armonizar las políticas de los partidos comunistas europeos. En su reunión constitutiva, el representante soviético, Andrei Jdanov, líder de la Kominform, proclamó que el mundo se había dividido en dos bloques y que los países del “campo antifascista y democrático”, es decir, el de la URSS y sus aliados, debían seguir fielmente el liderazgo de Moscú. En sólo dos años, la ruptura se había consumado. En adelante, las relaciones internacionales mundiales estarán determinadas por el enfrentamiento entre las dos superpotencias surgidas de la guerra mundial
Las grandes tensiones de la Guerra fría, 1948-1955
Los acontecimientos de 1947 generaron una creciente tensión internacional en todo el mundo. Dos zonas geográficas fueron el escenario de los principales conflictos. En Europa Central y Oriental se estableció una larga serie de dictaduras comunistas y Alemania se vio dividida en dos estados antagónicos. En el Extremo Oriente, el gigante chino basculó hacia el bando comunista y la guerra de Corea constituyó el primer conflicto armado de la “guerra fría”. El continente europeo, que apenas había comenzado a restañar las heridas de la guerra, y, más en concreto, Alemania, la gran derrotada de la segunda guerra mundial, fueron el escenario del nacimiento de la guerra fría. Uno tras otro, los países ocupados por el Ejército Rojo, Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Rumania y Bulgaria, fueron constituyéndose en lo que lo que las autoridades comunistas denominaron “democracias populares”. Esto es, dictaduras donde se aplicó el modelo soviético: colectivización de la tierra, planificación económica centralizada, prioridad a la industria de base, partido único y persecución de cualquier tipo de disidencia. El golpe comunista en Praga, en febrero de 1948, fue el momento clave de ese proceso. La antigua capital del Reich estaba situada en el corazón de la zona de ocupación soviética y había sido dividida en cuatro sectores asignados a cada una de las cuatro potencias vencedoras: EEUU, Gran Bretaña, Francia y la URSS. Berlín se convirtió rápidamente en el punto clave de la guerra fría. La partición de Alemania se veía como irremediable. EEUU, Gran Bretaña y Francia decidieron iniciar un proceso constituyente en sus zonas de ocupación. La primera medida fue crear una nueva moneda en sus zonas de ocupación: el Deutschemark.
La respuesta soviética fue inmediata: el Bloqueo de Berlín. El ejército soviético interrumpió cualquier comunicación terrestre entre las zonas de ocupación occidental y Berlín occidental. Stalin confiaba en que Berlín oeste caería como una fruta madura en sus manos. La reacción occidental sorprendió a Moscú. Un enorme puente aéreo consiguió abastecer a la población sitiada. Stalin había subestimado las posibilidades del transporte aéreo y la resolución occidental a hacerle frente. Finalmente, el 12 de mayo de 1949 los soviéticos levantaron el bloqueo de la ciudad. La crisis de Berlín aceleró la partición de Alemania. Las tres zonas occidentales se constituyeron en la República Federal de Alemania el 8 de mayo de 1949. Su constitución establecía un sistema liberal democrático que contaba con el visto bueno de las potencias occidentales. La URSS reaccionó en octubre con el establecimiento en su zona de ocupación de la República Democrática de Alemania, un estado creado siguiendo el modelo de las “democracias populares”. La partición de Alemania concretaba en el corazón de Europa la división bipolar del mundo. Unos pocos meses después, el equilibrio estratégico mundial cambiaba. El 29 de agosto de 1949, la URSS experimentó su primera bomba atómica. El monopolio atómico norteamericano había desaparecido mucho antes de lo que la mayoría de los expertos habían pronosticado. En Asia, la derrota del imperialismo japonés había dejado una situación de gran inestabilidad. China y Corea fueron los grandes escenarios de enfrentamiento. Tras dos años de renovada guerra civil, el primero de octubre de 1949 las tropas comunistas de Mao Zedong entraban victoriosas en Beijing (Pekín), proclamando la República Popular China. Las tropas nacionalistas de Chiang Kai Chek (Jiang Jieshi) huyeron a la isla de Taiwan donde establecieron un régimen dictatorial pro-occidental protegido por EEUU. En 1950, Mao viajó a Moscú donde firmó diversos acuerdos con la URSS. Entre ellos una alianza militar por treinta años “contra Japón o cualquier agresor unido a Japón”. El paso del país más poblado del mundo al campo comunista traumatizó al mundo occidental, especialmente a la opinión norteamericana.
La primera víctima de la guerra fría fue el pueblo coreano. Por primera vez, el enfrentamiento entre el bloque occidental y el bloque comunista vino a concretarse en un conflicto armada a gran escala. La guerra de Corea tiene sus orígenes en el reparto en dos zonas de ocupación de este antiguo protectorado nipón tras la derrota japonesa en 1945. Corea del Norte, una dictadura comunista pro-soviética bajo la mano de hierro de Kim il Sung, y Corea del Sur, una dictadura de derechas pro-norteamericana bajo la dirección de Syngman Rhee. Cuando las potencias ocupantes se retiraron en 1948-1949, dos estados antagónicos quedaron frente a frente. El conflicto se inició con la agresión norcoreana en junio de 1950. Corea del Norte, recibió la ayuda militar soviética y contó con la intervención de unidades del ejército comunista chino. En ayuda de Corea del Sur acudió un ejército expedicionario norteamericano con la ayuda de otros países occidentales. Tras una cruenta guerra, la situación acabó en un empate táctico. En julio de 1953, se firmó el Armisticio en Panmunjong. En él se acordó una nueva línea de demarcación que serpentea en torno al paralelo 38º N. Una frontera similar a la que había antes. La guerra de Corea mostró claramente la dimensión mundial a la guerra fría. En adelante, Asia se convirtió en uno de sus escenarios principales.
El mundo bipolar, 1948-1955
La partición de Alemania y la guerra de Corea mostraron al mundo una nueva realidad: la división en dos grandes bloques liderados por EEUU y la URSS. En adelante, cada bloque defendió su zona de influencia frente al avance del bloque contrario. Washington y Moscú utilizaron diferentes mecanismos para conseguir estos objetivos. Mientras tanto, los nuevos países que nacían del proceso de descolonización trataron infructuosamente de crear un movimiento que escapara de esta lógica bipolar. Estados Unidos, para afianzar el desarrollo de su política mundial, desplegó una amplia política de alianzas. En primer lugar, reforzó los lazos trasatlánticos con Europa Occidental. La crisis de Berlín precipitó la constitución en 1949 de la OTAN, la gran alianza militar del bloque occidental hasta nuestros días. En segundo lugar, Washington contribuyó de manera decisiva a iniciar el proceso de la integración europea que culminó en 1957 con la firma de los Tratados de Roma y el nacimiento de la Comunidad Económica Europea. En tercer lugar, empezó a tejer una amplia red de alianzas antisoviéticas por todo el mundo. La OEA; el ANZUS; la SEATO; el CENTO y el Tratado de Seguridad con Japón fueron los principales elementos de esa red de alianzas.
El primer paso en la formación del bloque soviético fue la creación de la Kominform (Oficina de Información de los Partidos Comunistas y Obreros) en 1947. En 1949, nacía el COMECON (Consejo de Ayuda Mutua Económica), organismo que agrupaba a la URSS y a las “democracias populares” europeas. Esta asociación tenía como objetivo la coordinación económica y no funcionó con plenitud hasta 1960. Tras la victoria de Mao Zedong en 1949, la URSS firmó acuerdos militares y de cooperación con la China comunista. Finalmente, como respuesta al ingreso de la RFA en la OTAN, en 1955 nació el Pacto de Varsovia, alianza militar que unió a la URSS con todos los países europeos del bloque comunista con la excepción de Yugoslavia. Las nuevas naciones africanas y asiáticas que iban surgiendo del proceso de descolonización trataron de defender intereses propios al margen de los dos bloques. Con ese objetivo se celebró, la Conferencia afro-asiática de Bandung en 1955, donde nació lo que se vino en denominar el Movimiento de Países No Alineados. Esta Conferencia fue dirigida por los grandes líderes de lo que empezaba a denominarse el “Tercer Mundo”, el mundo no desarrollado: el hindú Nehru, el egipcio Nasser y el indonesio Sukarno. La debilidad económica y política de la mayoría de sus miembros y sus propias divisiones internas impidieron que el movimiento se constituyera en una real alternativa al mundo bipolar de la guerra fría.
La coexistencia pacifica, 1955-1962
La muerte de Stalin en 1953 y el ascenso al poder de Jruschov, el nuevo líder soviético, abrió un nuevo período en la guerra fría. Tras una fase de grandes tensiones, un nuevo clima en las relaciones entre Washington y Moscú hizo que se hablara de “coexistencia pacífica” y “deshielo”. Sin embargo, este nuevo ambiente no significó el fin de las crisis internacionales. En este período se erigió el Muro de Berlín y la guerra fría se trasladó al continente americano con la Crisis de los Misiles en Cuba. Fue también en estos años cuando, para regocijo norteamericano, los dos colosos comunistas, China y la URSS, rompieron su alianza y se convirtieron en potencias antagónicas. Jruschov propició una nueva política exterior que denominó de “coexistencia pacífica” con el bloque occidental. La URSS rechazaba el recurso a las armas para extender la revolución comunista y la idea de que la guerra con el capitalismo era inevitable. En adelante, los bloques debían coexistir pacíficamente, centrando su competencia en el terreno económico, más que en el militar. Esta búsqueda de la coexistencia no impidió a Jruschov afirmar de forma brutal la hegemonía soviética en los países de su bloque.
La intervención militar en Hungría en 1956, que comentamos en extenso en otro tema, fue el mejor ejemplo de esta actitud. Dos factores explican el giro en la política soviética como fue la convicción, totalmente errónea, de que el sistema comunista superaría económicamente al decadente sistema capitalista. El “equilibrio del terror”, es decir, la situación creada tras la conversión de la URSS en potencia atómica y el rearme acelerado de ambas potencias. Había una certeza general de que una guerra entre las superpotencias llevaría a la mutua destrucción. Se inició un período que los periodistas denominaron de “deshielo” en las relaciones internacionales. Tras muchos años sin encuentro bilaterales entre los dirigentes de las potencias, Jruschov viajó a EEUU en 1959 reuniéndose con el presidente norteamericano Eisenhower y, posteriormente, celebró una “cumbre” en Viena con Kennedy en 1961. Sin embargo, la realidad fue mucho más compleja y contradictoria. En esos mismos años, la crisis desencadenada por la construcción del muro de Berlín y, muy especialmente, la crisis de los misiles en Cuba en 1962 llevaron la guerra fría a su momento de mayor tensión y peligro de enfrentamiento nuclear. Mientras, el Oriente Medio volvía a ser sacudido por una guerra.
La distensión, 1962-1975
Tras asomarse “al borde del abismo” nuclear en Cuba, Kennedy y Jruschov decidieron iniciar de forma más sistemática y duradera una nueva política de distensión. Se abría así un nuevo período de la guerra fría en el que los acuerdos entre las superpotencias no impidieron graves conflictos como el de Vietnam o el Oriente Próximo. Dos factores explican la nueva actitud de la URSS y EEUU. Por un lado, la crisis de los misiles en Cuba en 1962 hizo tomar conciencia a Moscú y Washington del peligro real de un holocausto nuclear; por otro lado, ambas superpotencias vieron crecer la contestación interna en sus respectivos bloques. La URSS, debilitada por el conflicto chino-soviético, tuvo que hacer frente, entre otros conflictos, a la Primavera de Praga en Checoslovaquia. EEUU vio como la Comunidad Económica Europea y Japón se consolidaban como potencias económicas y como en el seno de la OTAN surgía la disidencia con la Francia de De Gaulle.
La distensión no paralizó la carrera armamentística entre las superpotencias. Ambas siguieron acumulando misiles nucleares capaces de destruir el planeta. Tras diversas alternativas, los expertos coincidían en 1971 en que se había llegada a una situación de paridad nuclear. En el vocabulario de los militares, no podía haber vencedores en el caso de una guerra nuclear. La “destrucción mutua asegurada” era cierta y evidente. En esta situación, los sucesores de Kennedy y Jruschov continuaron la política de distensión. Los presidentes norteamericanos, el demócrata Johnson, que había sucedido a Kennedy tras su asesinato en 1963, y el republicano Nixon, y el líder soviético Leonid Breznev, que había relevado a Jruschov en 1964, trataron de aminorar la tensión internacional. Para conseguir este objetivo, se entablaron negociaciones para limitar la carrera armamentística. Estas negociaciones tuvieron resultados parciales pero significativos: En 1968, EEUU, la URSS y el Reino Unido firmaron el Tratado de No Proliferación de Armas Atómicas, tratado al que no se unieron las otras dos potencias nucleares, China y Francia. En 1972 se firmó del Acuerdo SALT I por el que se limitó el número de misiles intercontinentales que podía poseer la URSS y los EEUU.
La nueva Guerra Fría, 1975-1985
Las dificultades económicas del mundo occidental tras la “crisis del petróleo” de 1973 y la renuencia americana a implicarse militarmente en el exterior tras el fracaso de Vietnam animaron a Moscú a intervenir en diversas zonas del mundo. Fue un espejismo. La debilidad norteamericana era aparente. La soviética era real. El presidente Reagan volvió en los ochenta a una política de enfrentamiento con la Unión Soviética. La URSS no pudo hacer frente al nuevo desafío que venía de Washington. La debilidad económica soviética precipitó el fin de la guerra fría y el posterior derrumbamiento de la URSS. A mediados de los setenta, EEUU mostraba signos de debilidad. La crisis económica de 1973 golpeó duramente la economía de los países capitalistas desarrollados, el escándalo Watergate en 1974 forzó la renuncia del presidente Nixon y la derrota en Vietnam en 1975 extendió la convicción en la opinión pública norteamericana de que EEUU debía evitar cualquier intervención militar en el exterior.
La URSS interpretó mal la situación internacional y se lanzó a una expansión de su influencia internacional sin tener en cuenta las serias dificultades por las que pasaba su economía. El último período en la dirección soviética de Leonid Breznev fue testigo de lo que podemos denominar una engañosa expansión soviética. En Asia, Vietnam era reunificado en 1975 bajo un gobierno comunista. En América Central, la revolución sandinista de 1979 estableció un régimen revolucionario en Nicaragua con el apoyo de Moscú y La Habana. En África, la expansión soviética fue más espectacular. A partir de 1974, se establecieron regímenes pro-soviéticos en Etiopía, Angola y Mozambique. Envalentonados por estos éxitos, los soviéticos cometieron un grave error: intervenir militarmente en Afganistán. Este país empobrecido, que durante el siglo XIX había sido terreno de disputa del imperialismo ruso y el inglés, volvió a convertirse en un territorio clave en las relaciones internacionales en los años setenta. El derrocamiento del rey Zaher Shah en 1973 abrió un período de inestabilidad en el que finalmente se disputaron el poder diversas facciones comunistas enfrentadas a su vez con guerrillas islámicas. Moscú decidió intervenir para imponer un gobierno que garantizase el orden y mantuviera al país en la esfera de influencia soviética. El 24 de diciembre de 1979 las tropas soviéticas invadían el país. Se iniciaba la guerra de Afganistán. La reacción mundial fue inmediata. La ONU y los Países No Alineados condenaron la invasión y EEUU decidió ayudar a las guerrillas islámicas que se enfrentaban a las tropas soviéticas. Se iniciaba una nueva guerra fría.
El repliegue soviético, 1985-1991
Por unos años el panorama internacional había mostrado de forma engañosa un avance de las posiciones soviéticas. La realidad era mucho menos halagüeña para la URSS. El estancamiento económico y el inmovilismo político llevaron el país a una situación en la que era imposible mantener una política exterior expansionista. Diversos factores hicieron que los dirigentes soviéticos fueran conscientes de la necesidad ineludible de emprender profundas reformas y buscar la distensión internacional: La dureza de las posiciones de Reagan fue el elemento clave que llevó a la dirección soviética a reconsiderar la escalada en el enfrentamiento con EEUU. La Iniciativa de Defensa Estratégica hizo evidente la superioridad tecnológica y económica de EEUU sobre la URSS. A partir de 1980 las disensiones internas en el bloque soviético debilitaron su posición estratégica. Polonia fue la gran protagonista. Las protestas obreras, lideradas por el sindicato Solidaridad, pusieron contra las cuerdas al régimen comunista. Era cada vez más evidente la creciente dificultad de Moscú para controlar a sus estados-satélite.
La situación era aún más complicada en la propia URSS: La economía tenía graves problemas estructurales. Dependía de las importaciones de grano norteamericano para alimentar a su población y se hallaba muy rezagada con respecto a la economía occidental en diversos aspectos tecnológicos clave. El estancamiento económico y el progresivo deterioro del nivel de vida de la población soviética mostraban la imposibilidad de aceptar el desafío militar norteamericano y extendían el desaliento y la desmoralización entre la población. A esta crisis social y económica se le vino a unir una grave crisis política. La muerte de Breznev a los 76 años en 1982 puso en evidencia el anquilosamiento del sistema político soviético. El poder se hallaba en manos de una verdadera gerontocracia. A Breznev le sucedió Yuri Andrópov, de 68 años, que murió dos años después en 1984. A Andrópov le vino a sustituir Chernenko, un anciano que murió al año siguiente en 1985. La situación en Moscú se hacía insostenible. Así, el 11 de marzo de 1985, Mijaíl Gorbachov, de “solo” 54 años, fue elegido Secretario General del PCUS. El nuevo líder soviético se aprestó a iniciar un proceso de reformas profundas en el país. Nadie podía predecir la magnitud del proceso de cambios que iba a desencadenar. Para Gorbachov, la profundidad de la crisis económica y social de la URSS hacía imposible mantener la ficción de una paridad entre las dos superpotencias. Para sacar al país de la crisis era absolutamente necesario reducir los gastos militares y recortar los ingentes recursos empleados en mantener el “imperio soviético”. Así, Gorbachov, a la vez que firmaba diversos acuerdos con EEUU para reducir armas nucleares y convencionales, fue comunicando a sus aliados por todo el mundo el fin de la ayuda militar y económica soviética. El repliegue soviético en el mundo no impidió, sin embargo, la agudización de la crisis interna en la URSS. Tras las revoluciones de 1989 que pusieron fin a los regímenes comunistas de las “democracias populares”, el fracaso de un golpe de estado organizado por el sector más duro del PCUS, provocó la desintegración de la propia Unión Soviética en 1991. La guerra fría concluía por la implosión de uno de sus contendientes.
La Factoria Historica